EL MOVIMIENTO OBRERO EN ESTADOS UNIDOS: SU HISTORIA EN EL SIGLO XIX
En el presente artículo vamos a abordar el estudio histórico del movimiento obrero en EEUU, lo que nos permitirá tener una imagen clara de las condiciones en las que se formó y cómo se produjo su posterior evolución a lo largo del s. XIX. Asimismo, esto nos permitirá entender las razones por las que en este país nunca hubo socialismo, a diferencia de otras naciones en las que emergió un movimiento político socialista fuerte en torno a sindicatos y partidos políticos.
Introducción
La historia del movimiento obrero en los EEUU es bastante peculiar si la ponemos en relación con los casos de los países de Europa occidental. Esta singularidad viene determinada por una serie de diferentes factores que han intervenido activamente en la composición y desarrollo de la sociedad americana y de su sistema político. Todo esto ha influido de manera significativa en la composición, desarrollo y organización del movimiento obrero en los EEUU. Sin embargo, las explicaciones sobre las principales razones para que, a pesar de la eventual pujanza que llegó a alcanzar el movimiento obrero en los EEUU, no exista el socialismo en este país resultan en gran medida insuficientes y parciales debido a la complejidad que entraña esta tarea. Así las cosas, es necesario hacer un repaso de la bibliografía que existe sobre esta cuestión para hacer una valoración realista de la formación y evolución del movimiento obrero en EEUU que nos permita dilucidar, a su vez, las razones por las que no emergió el socialismo en este país.
En primer lugar hay que constatar que la ideología socialista nunca ha tenido un gran predicamento en EEUU, todo ello a pesar de que el movimiento obrero llegó a alcanzar eventualmente una considerable fuerza en los conflictos sociales que se produjeron en el transcurso del s. XIX. Esta debilidad del socialismo se refleja en la ausencia de una organización sindical que, además de adherirse a esta ideología, agrupase al grueso de la clase obrera americana. Juntamente con esto hay que sumar la inexistencia de un partido político obrero que canalizase las demandas del movimiento obrero hacia las instituciones. Debido a esto nos encontramos con que muchos de los estudios de la historia del movimiento obrero en los EEUU se han centrado tradicionalmente en la suposición del carácter excepcional del caso americano, especialmente en lo referido a la ausencia de socialismo en este país. Naturalmente como consecuencia de la abundante literatura que se ha escrito en torno a esta cuestión existen diferentes explicaciones de por qué en EEUU no ha habido socialismo.
La debilidad del socialismo en los EEUU ha dado lugar a multitud de debates en el terreno sociológico y politológico que en ocasiones han contribuido a oscurecer aún más la cuestión, y con ello a dificultar la identificación de los principales factores que explican la ausencia de socialismo en EEUU. Por este motivo es necesario un repaso general de la historia del movimiento obrero en los EEUU, además de las principales explicaciones ofrecidas por diferentes autores acerca de las causas que han hecho que el socialismo no haya tenido en este país la fuerza social y política que históricamente tuvo en Europa.
Las principales explicaciones que existen pueden agruparse en tres grandes categorías diferentes según la importancia dada en cada caso al individualismo, al seccionalismo o al sistema político estadounidense, y que destacan por haber sido los ejes principales en torno a los que se ha organizado el grueso de los debates mantenidos. Pero antes de ahondar en esta cuestión se hace necesario abordar las condiciones en las que se gestó el nacimiento de los EEUU como país, pues ello ayudará en gran medida a clarificar las principales razones que explican que el socialismo haya sido una ideología marginal en la sociedad estadounidense.
La sociedad de las trece colonias americanas
En cuanto a la estructura social hay que decir que en las colonias de Norteamérica había al menos 2 millones de súbditos británicos hacia 1760. La población india rebasaba los 100.000 habitantes en estas colonias, siendo mayor en las zonas del Oeste. Por su parte los esclavos de ascendencia africana constituían un 20% de la población calculada. En lo que respecta a la composición social de la población blanca cabe decir que dado el carácter agrario de la economía colonial el 90% eran granjeros. La gran extensión territorial del continente y la abundancia de la naturaleza permitieron que los granjeros americanos blancos fueran más prósperos que los europeos, lo que se reflejaba en los mayores excedentes de la agricultura. Las principales explotaciones eran la granja pequeña por un lado, y por otro las plantaciones de algodón y tabaco del Sur que producían para los mercados internacionales, todo lo cual dio lugar a la aparición de tres clases diferenciadas: los plantadores, los esclavos de las plantaciones y los granjeros quienes contaban con una elevada autonomía. De hecho, hay que señalar que el 40% de la población blanca eran pequeños granjeros independientes, circunstancia que creó unas condiciones de relativa igualdad económica que fue la base de la cohesión de los blancos. En otro lugar se encontraban los propietarios comunes, los pequeño burgueses compuestos por comerciantes, tenderos, artesanos y algunos trabajadores urbanos. En la base de la pirámide social estaba la denominada plebe que estaba compuesta de indios, esclavos negros y un número escaso de jornaleros e indigentes blancos.[1]
Las diferencias sociales crecieron durante el s. XVIII, pero la abundancia, fertilidad de la tierra y la escasez de mano de obra aseguraron la subsistencia de la mayor parte de los blancos.[2] Debido a estas condiciones no existía una marginación significativa entre los más pobres ni tampoco se daba una conciencia clara de oposición de clase contra los propietarios. En gran medida estas circunstancias servirán para explicar, al menos en parte, las razones por las que el socialismo, como ideología política cuyos principales planteamientos parten de la existencia de la lucha de clases, no logró enraizar en los EEUU. La relativa abundancia de tierras, especialmente en las zonas fronterizas, facilitaron el asentamiento de los emigrantes procedentes de Europa quienes con anterioridad habían sido en muchos casos pobres arrendatarios, explotados en sus tierras de origen. En América, por el contrario, estos sectores sociales disfrutaban de una mayor autonomía y eran un poco más ricos de lo que lo habían sido en sus países de procedencia. No cabe duda de que estas condiciones materiales de relativa autonomía e independencia facilitaron, junto a la preponderancia de una cultura política de raigambre liberal, la aparición y desarrollo de un fuerte sentido de la individualidad entre los colonos americanos.
Por otra parte hay que destacar que la ausencia de un Antiguo Régimen al estilo europeo, enraizado en la costumbre y en el respeto por la tradición, facilitó la emergencia del individualismo al estar respaldado por la existencia de una ciudadanía civil equiparable a la que había en Inglaterra, al mismo tiempo que la ciudadanía política se encontraba mucho más desarrollada al ser mayor el acceso al voto, probablemente entre el 40 y el 80% de los varones blancos.[3] Si bien es cierto que hay que matizar que esta fue la tónica general en las regiones más urbanizadas de estas colonias, en las que solían localizarse las elites coloniales encargadas de gestionar las instituciones de autogobierno.
En líneas generales, y a pesar de las particularidades ya señaladas, e incluso después de la independencia de EEUU, prevaleció un importante grado de movilidad social gracias a la ausencia de organizaciones segmentales de poder propias del continente europeo. Esta movilidad social también fue favorecida por las condiciones de relativa igualdad económica que existía entre la población blanca debido a la abundancia de tierras y de excedentes. La movilidad social no sólo se reflejó en los simples cambios de profesión, sino que también existían muchas oportunidades de progreso personal durante los años de formación, de forma que el trabajo duro, el talento, la suerte y un mínimo de recursos podían permitir el ascenso en la escala social.
Pese al carácter eminentemente rural de América no existía, a diferencia de Europa, una aristocracia relativamente cerrada. La tierra, en el contexto americano, no representaba tanto estabilidad y prestigio para los colonos como movilidad e independencia. Debido a la abundancia de tierras fue relativamente fácil que cualquiera llegara a convertirse en un granjero autónomo, y que por ello gozase de una elevada independencia económica y social. Esto es lo que a la postre, y al menos inicialmente, facilitó cierta igualdad social y económica entre los colonos, lo que finalmente contribuiría a establecer una equiparación entre propiedad privada, basada en el dominio privado de la tierra, y la libertad individual. La noción de libertad en América tiene sus raíces ideológicas en el liberalismo inglés, y en el contexto americano rápidamente significó una libertad negativa, de no dependencia, que se identificó con una independencia que se manifestaba en el control privado del espacio. En última instancia la libertad así entendida es sinónimo de ser autónomo y autosuficiente, lo que trasluce una noción individualista de la libertad que se basa en última instancia en la propiedad privada.
Sin embargo, no hay que perder de vista que existían notables diferencias en el plano social entre el campo y la ciudad, e incluso dentro de las propias zonas rurales donde existían zonas, como sucedía en las colonias sureñas, en donde grandes terratenientes controlaban extensas plantaciones de algodón y de tabaco en las que trabajaban esclavos, mientras que en otras zonas, como ocurría al Oeste de los montes Apalaches, en las que los colonos blancos pertenecientes a las clases populares generaron un modo de vida orientado al autoabastecimiento, de carácter colectivista y fundado en la negociación colectiva en asambleas a la hora de gestionar los asuntos de la comunidad. Por esta razón el sentido de propiedad, en los términos propios de la mentalidad liberal e individualista, floreció antes en las zonas urbanas y entre las clases terratenientes en las regiones rurales, mientras que en el resto del mundo rural prevaleció la noción de libre acceso a los recursos que eran considerados comunes (bosques, ríos, lagos, montes, animales silvestres, etc.), lo que se combinó con la propiedad individual de las familias.[4]
En la cultura americana de antes de la independencia se gestó la equiparación entre libertad individual y propiedad privada basada en la creencia de que las posesiones hacen libre al individuo, pues le proveen de los medios necesarios con los que garantizar su independencia y seguridad personal.[5] Sin embargo, hay que volver a señalar que esto fue aplicable sobre todo a la elite colonial cuya mentalidad liberal, próxima a la tradición política inglesa, estableció dicha equiparación. Como consecuencia del proceso de construcción nacional de EEUU protagonizado por esta elite, dicha cultura política fue extendiéndose progresivamente al resto de la población en el transcurso del s. XIX, hasta transformar completamente el imaginario colectivo de los americanos comunes que hasta aquel momento habían vivido en el mundo rural, en un régimen de autogestión y autoabastecimiento en el que prevalecía lo común, donde lo habitual era que los vecinos de un lugar lo compartiesen todo.
Así pues, la aparición de un individualismo social y económico se produjo a partir de la independencia, lo que fue favorecido en gran medida no sólo por la primacía política que alcanzó la elite liberal americana gracias a disponer de un aparato gubernamental propio a escala nacional, sino también por las condiciones geográficas de abundancia de tierras que ofrecía el continente americano. Asimismo, dicho individualismo social y económico, con motivo de la fundación del nuevo país, se convirtió en un individualismo político al quedar consagrado en el ordenamiento constitucional. De esta forma se sentaron las bases para una cultura política nacional de corte liberal, con lo que la libertad personal era concebida en los términos ideológicos de la ideología liberal. Esto significaba que la libertad individual era conquistada mediante el trabajo y el esfuerzo que permitía al sujeto dotarse de los medios de vida con los que hacerse independiente y autosuficiente.
Las condiciones geográficas, económicas, sociales y políticas muestran un universo colonial en el que las disputas vinculadas al mundo del trabajo no eran verdaderamente frecuentes. Pese a esto pueden detectarse en este período histórico algunos conflictos como la huelga desarrollada por unos pescadores en una isla cerca de la costa de Maine en 1636, o el caso de 12 cocheros que fueron multados por ir a la huelga en Nueva York en 1677. En líneas generales el descontento social y los disturbios motivados por conflictos laborales durante la época colonial fueron esporádicos y aislados, y raramente dieron lugar a la aparición de grupos permanentes de trabajadores con propósitos negociadores. Aunque la huelga no solía considerarse una acción ilegal se tiene constancia de un caso en Savannah, Georgia, en 1746, en el que se procedió a la persecución penal de unos carpinteros que se declararon en huelga.[6]
Tras la guerra de independencia las cosas no cambiaron mucho en lo que se refiere a la estructura social existente en los EEUU, aunque ello no impidió que se produjeran algunos conflictos laborales que tuvieron unas notables consecuencias legales. En cualquier caso, como se verá más adelante, la construcción del nuevo Estado se llevó a cabo sobre la base ideológica de un liberalismo anglosajón cuyas implicaciones sociales, laborales y políticas se expresaron en el orden constitucional y en todo el sistema judicial que vertebraron al recién nacido país.
Estados Unidos durante la primera mitad del s. XIX
A principios del s. XIX la sociedad americana estaba compuesta mayoritariamente por granjeros hacendados. Asimismo, el progreso profesional de muchos artesanos seguía siendo el mismo al permanecer como aprendices durante un tiempo bajo el patronazgo de un maestro hasta que podían hacerse independientes. Sin embargo, el influjo industrializador que tuvo lugar en Gran Bretaña a finales del s. XVIII no tardó en hacerse notar en algunos lugares de EEUU, especialmente en las zonas urbanas.[7] Por ejemplo en Boston, en 1790, la mayoría de los artesanos de la ciudad se definían como maestros trabajadores, mientras que ya en 1815 los artesanos sin medios de producción propios eran mayoría y habían desplazado a los maestros. Este cambio fue debido en gran parte a la migración transatlántica procedente de Europa, pero también como consecuencia de ciertos desplazamientos del campo a la ciudad. Pero fue la inmigración que se concentró inicialmente en las zonas costeras la que creó una vasta población compuesta de potenciales trabajadores, de forma que se dieron las condiciones propicias para que los elementos capitalistas realizaran inversiones que originaron empresas que requerían una gran cantidad de mano de obra. Esto condujo a los trabajadores artesanos a competir entre ellos en un grado que no habían experimentado antes, lo que limitó sus oportunidades y creó riesgos sustanciales ante la posibilidad de producirse una movilidad hacia abajo en la escala social que no había existido hasta entonces.
Como consecuencia de lo anterior durante la primera mitad del s. XIX los trabajadores comenzaron a organizarse, lo que provocó su procesamiento y persecución al ser acusados de conspiración criminal. Se tiene constancia de al menos 23 casos en 6 Estados diferentes: Pensilvania, Maryland, Nueva York, Luisiana, Massachusetts y Virginia. La cuestión central en estos casos solía ser siempre determinar si a los trabajadores les estaba permitido el empleo de la negociación colectiva para obtener ciertos beneficios como, por ejemplo, subidas de salarios, disminución de las horas de trabajo, mejoras en las condiciones de trabajo, etc., y que difícilmente podían conseguir de manera individual. La mayoría de los casos terminaron en condenas que sirvieron a los demandantes para establecer precedentes legales.[8]
Antes de que se produjera la sentencia que pronunció la corte suprema de Massachusetts en el caso del Estado contra John Hunt en 1842, los casos de conflictos laborales que llegaban a los tribunales giraban en torno a la noción que existía en el derecho inglés acerca de la ilegalidad que suponía conspirar para aumentar los salarios. Así, por ejemplo, en el caso del Estado contra Pullis en 1806, en el que una agrupación de zapateros en Filadelfia fue demandada por conspirar para aumentar sus salarios, los abogados de la defensa se refirieron al derecho inglés, el common law, como un derecho arbitrario y desconocido, y en su lugar elogiaron al parlamento como el órgano facultado para legislar.[9] Como consecuencia de la oleada de condenas contra las organizaciones de trabajadores se generó una narrativa en la que la ley laboral americana prohibía la unión pacífica de los trabajadores para conseguir el aumento de los salarios, la reducción de las horas de trabajo o la modificación de sus condiciones laborales.
No cabe duda de que el caso de Pullis en 1806, en el que se persiguió a los trabajadores huelguistas de Filadelfia agrupados en torno al sindicato de zapateros fundado en 1792, fue un importante precedente legal que sirvió para perseguir a los miembros de los sindicatos que desde entonces pasaron a ser considerados conspiradores. Pero además de esto también sirvió para mantener la huelga fuera de la legalidad. Los argumentos de la sentencia promovían la idea de que los trabajadores son inestables, irresponsables y peligrosos, todo lo cual les convertía en motivo de control judicial.[10] El fallo del tribunal supuso la bancarrota y la disolución del sindicato de zapateros, además del establecimiento de una multa a los trabajadores así como el correspondiente pago de las costas del juicio.[11] En materia laboral continuó primando el common law inglés en la legislación de los EEUU, de forma que en las tres décadas siguientes hubo al menos 18 enjuiciamientos contra trabajadores acusados de conspiración. La mayor parte de los casos contra los sindicatos obreros no implicaron que estos fueran considerados ilegales per se, sino que generalmente se encontraban otro tipo de justificaciones para lograr las condenas. Por ejemplo, únicamente el caso del pueblo contra Fisher significó que la mera existencia del sindicato de los trabajadores para conseguir un aumento de los salarios fuese considerada ilegal. Muchos otros casos, por el contrario, mantuvieron que los métodos utilizados por los sindicatos, más que los sindicatos mismos, eran ilegales.[12]
Los tribunales americanos tendían a basar sus condenas en que los métodos empleados por los sindicatos de trabajadores para aumentar sus salarios eran ilegales, pues consideraban que conllevaban un daño sobre el bienestar de la comunidad. Este criterio se vio reafirmado en el Estado contra Morrow en cuya condena se afirmaba que el acuerdo entre dos o más para perjudicar los derechos de otros o de la sociedad era considerado ilegal.[13] En el Estado contra Carlisle el juez John Gibson del tribunal supremo de Pensilvania sostuvo que el motivo de la unión de los trabajadores, más que su mera existencia, era la clave de su ilegalidad. A este respecto Gibson escribió que “donde el acto es legal para un individuo puede ser considerado conspiración cuando es realizado en concierto sólo allí donde hay una intención directa de la que resulta un daño”.[14]
Sin lugar a dudas fue el caso del Estado contra Hunt el que constituyó un importante precedente en la jurisprudencia estadounidense al reconocer de manera explícita la legalidad de los sindicatos. Por falta de tiempo y espacio no es posible extenderse demasiado en los detalles de este proceso judicial, por lo que nos limitaremos a indicar que estuvo relacionado con un conflicto salarial de unos artesanos productores de botas en Boston, los cuales estaban organizados en un sindicato.[15] La fiscalía se basó en el argumento de que el sindicato era una sociedad coercitiva que utilizaba métodos ilegales, como era la conspiración, para conseguir sus propios intereses. En un primer momento el sindicato fue condenado por un jurado sobre el que la influencia del juez Thacher resultó ser decisiva al afirmar que la existencia de sociedades como el sindicato de fabricantes de botas conducían a la inseguridad de la propiedad, lo que abocaría a la aniquilación de la propiedad así como a la ruina de la sociedad. Pero el sindicato apeló al tribunal supremo de Massachusetts, lo que dio lugar a que el juez Lemuel Shaw sentenciase que las acciones del sindicato no eran ilegales. Pero lo más importante es que la sentencia del juez Shaw dictaminaba que los sindicatos de trabajadores eran legales siempre y cuando estuvieran organizados para el logro de objetivos que fuesen legales a través de medios igualmente legales. Desde entonces la sentencia de Shaw pasó a ser un punto de referencia en la jurisprudencia para los conflictos laborales, de tal forma que ha llegado a ser considerada la Carta Magna del sindicalismo americano al haber contribuido a eliminar el estigma criminal de las organizaciones sindicales.[16]
Si bien es cierto que esto último puede resultar algo exagerado no cabe duda de que la sentencia estableció una jurisprudencia que en principio era favorable para las organizaciones obreras. Sin embargo, nada de esto impidió que quedara la puerta abierta para que los huelguistas fueran condenados al ser consideradas como criminales ciertas actividades laborales, al mismo tiempo que en otros casos se consideraba que la huelga tenía como propósito llevar a cabo una interferencia ilegal sobre la empresa privada. Aunque la sentencia de Shaw tuvo una importante relevancia las oportunidades para aplicarla fueron limitadas hasta el final de la guerra civil, lo que viene corroborado por el hecho de que entre 1842 y 1863 sólo hubo 3 casos de conspiración en EEUU.[17]
Tal y como se verá más adelante la sentencia del tribunal supremo de Massachusetts no impidió que aumentara el ritmo de los procesamientos por conspiración entre 1863 y 1880, pues en este período hubo al menos 15 casos de este tipo. A pesar de que el caso contra Hunt sirvió para debilitar la doctrina de la conspiración las condenas contra los trabajadores por organizarse con el propósito de obtener mejoras salariales y laborales continuaron, lo que en muchos casos conllevaba sentencias muy severas. Por ejemplo, ya en 1869 los miembros del comité de una mina en Pottsville, Pensilvania, fueron declarados culpables de conspiración y sentenciados a ingresar en prisión además de pagar fuertes multas. Estos hechos vienen a confirmar que pese a que la sentencia de Hunt fue favorable para los trabajadores difícilmente puede considerarse que fuese una garantía que les permitiera organizarse sin correr el peligro de ser perseguidos judicialmente.
Movimiento obrero y socialismo en los Estados Unidos: individualismo, seccionalismo y sistema político estadounidense
Los EEUU han seguido una trayectoria particular, lo que ha suscitado en repetidas ocasiones la pregunta de por qué el socialismo no arraigó en suelo americano. El sociólogo alemán Werner Sombart culpaba al hecho de que los trabajadores estadounidenses comían tres veces más carne que los trabajadores alemanes. “Sobre las fuentes de carne asada y tarta de manzana fracasan todas las utopías socialistas”.[18] La pregunta clásica acerca de las razones por las que el socialismo no tuvo en los EEUU la fuerza que alcanzó en otros países, como fueron los de Europa, se debe al propio Werner Sombart, lo que ha suscitado una gran cantidad de respuestas diferentes. En líneas generales estas respuestas pueden agruparse en al menos tres grandes grupos según se achaque la ausencia del socialismo bien al individualismo, al seccionalismo o al sistema político estadounidense. Aunque para estas respuestas existen diferentes revisiones llevadas a cabo por distintos estudiosos, a continuación vamos a enumerarlas y explicarlas brevemente.[19]
Entre las explicaciones que giran en torno al individualismo de la sociedad estadounidense nos encontramos primeramente con aquella que hace hincapié en el predominio de la pequeña propiedad. Debido a la abundancia de tierras en el vasto continente americano los colonos eran propietarios de pequeñas granjas, tal y como ya se expuso antes, lo que hizo que fuera un elemento nuclear de la revolución y posteriormente de los movimientos jeffersoniano y jacksoniano. La importancia de la propiedad privada como garantía de seguridad y autosuficiencia gestó la ideología de estos pequeños propietarios que, según esta explicación, se impuso desde el principio en la sociedad americana. Por tanto, EEUU fue desde su nacimiento incompatible no sólo con el feudalismo sino también con el socialismo.[20] Esta explicación conecta directamente con la tesis de la frontera, propuesta inicialmente por Frederick Jackson Turner en 1893,[21] según la cual las luchas por la extensión de las fronteras americanas hacia el Oeste en un clima de violencia, contra un enemigo con el que se estaba en guerra, dio origen a un individualismo radical y hostil a cualquier forma de colectivismo. Todo esto sirvió para convertir la frontera en una especie de mito con repercusiones universales para toda la sociedad estadounidense, pues generó una lucha por el espacio entre las razas más que un enfrentamiento de clase.[22]
Las condiciones geográficas del continente americano facilitaron la colonización del Oeste gracias a los millones de emigrantes europeos que cruzaban el Atlántico para, más tarde, atravesar los montes Apalaches hacia las extensas praderas de los llanos estadounidenses, todo lo que les parecía, dada la gran cantidad de tierra disponible y su prosperidad, el Edén. Por lo menos es lo que se desprende de las descripciones que muchos emigrantes expresaban en las cartas que escribían a casa.[23] Desde la fundación de EEUU el gobierno entregó grandes extensiones de tierra a los colonos. Así, la Public Land Act de 1796 permitía a los colonos comprar tierra a 2 dólares el acre además de ofrecer un crédito de un año por la mitad del importe total. Ya en 1800 el gobierno ponía a la venta parcelas de 320 acres y permitía al comprador entregar sólo el 25% del importe, mientras que el resto era pagado en el curso de 4 años. Esto hizo que para 1811 se hubieran vendido más de 3 millones de acres de tierra a los granjeros.[24] El resto del s. XIX el gobierno continuó con la venta de millones de acres, hasta el punto de que en 1862 promulgó la Homestead Act que concedía 160 acres de tierra pública a cada granjero. Mediante esta ley se produjo el reparto de 270 millones de acres de tierra pública entre los colonos, lo que constituía el 10% de la superficie de EEUU. La actividad legisladora del gobierno de los EEUU sobre la venta de tierras continuó el resto del s. XIX con la sucesiva aprobación de la Timber Culture Act en 1873, la Desert Land Act en 1887 y la Grazing Homestead Act en 1916.[25] Esta legislación fue la que impulsó la migración tanto de Europa al continente americano como la que se produjo desde el Este de los EEUU hacia las regiones más occidentales. De esta forma en menos de un siglo millones de acres públicos se habían convertido en propiedad privada, lo que a ojos de algunos investigadores necesariamente tenía que estar unido al carácter individualista de los estadounidenses, aspecto que se reflejaba en su cultura política.
Entre las restantes explicaciones individualistas se encuentra el papel atribuido a la moral protestante que, tal y como explicó el propio Max Weber, sirvió para impulsar el individualismo. Aunque en EEUU no existía una religión oficial sí se daba la presencia de un gran número de sectas protestantes, lo que empujó a los individuos a resolver con sus propios recursos morales los problemas de carácter social. Otras de las explicaciones individualistas son, por un lado, las posibilidades de movilidad social que estimulaban la búsqueda del progreso personal por encima del colectivo. Cada individuo centraba su atención en medrar profesionalmente y en aumentar su riqueza para, así, ascender en la escala social. Unido a lo anterior se encuentran las condiciones económicas de prosperidad capitalista, lo que desde este punto de vista hizo que los estadounidenses fueran reacios a estorbar las relaciones de la propiedad privada, algo que contribuyó a que los trabajadores desarrollasen un espíritu materialista individual.
Entre las explicaciones seccionalistas acerca de la ausencia de socialismo en los EEUU encontramos primeramente la teoría del racismo, de tal manera que la esclavitud dividió pronto a la clase obrera. La pervivencia de la segregación racial hasta después de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en el Sur, dificultó la unión de clase entre los trabajadores de las dos razas, y muy especialmente durante la masiva emigración de negros al Norte a comienzos del s. XX. Otra de las explicaciones seccionalistas es aquella que centra su atención en la inmigración que generó divisiones étnicas, lingüísticas y religiosas entre los trabajadores. La estratificación étnica se afianzó en el mundo del trabajo como resultado del atrincheramiento laboral de los inmigrantes. Así, algunos investigadores consideran que los inmigrantes sentían más apego a la raza que a la clase, con lo que su meta no era crear una comunidad de clase sino más bien unos enclaves étnico-culturales autosuficientes.[26]
Otra explicación seccionalista es la que ahonda en la diversidad continental. Debido al tamaño y diversidad de EEUU se produjo una industrialización muy distinta entre las diferentes regiones. Esto hizo que los trabajadores quedaran confinados espacialmente dentro de sus respectivas industrias, al mismo tiempo que la industria en general se expandió por unas regiones en las que no existían sindicatos. Asimismo, la emigración de los trabajadores impidió el asentamiento de comunidades de clase obrera y por tanto la formación de una solidaridad nacional de clase.
Como última explicación seccionalista está la que se centra en el sectarismo que tuvo lugar dentro de la clase obrera americana, la cual se encontraba dividida en diferentes facciones enfrentadas como ocurría, por ejemplo, con los Knights of Labor y la American Federation of Labor (AFL) en el campo del sindicalismo, pero también entre los distintos partidos socialistas rivales, el Congress of Industrial Organizations y el partido comunista. Este contexto de división y enfrentamiento mutuo ha llevado a afirmar en más de una ocasión que si hubieran aunado sus fuerzas contra el capital los resultados habrían sido distintos.[27]
En cuanto a las explicaciones que parten del papel desempeñado por el sistema político americano destaca primeramente la prontitud con la que en EEUU, en relación a otros países de la misma época, el parlamentarismo generalizó entre los hombres adultos de raza blanca el derecho al voto ya en la década de 1840, antes del surgimiento de la clase obrera. Esto es lo que en la famosa expresión de Perlman vino a ser “el regalo gratuito del voto”.[28] Pero esta perspectiva no deja de arrojar una concepción optimista acerca del sistema político estadounidense al establecer la idea de que los trabajadores podían resolver sus problemas a través de los partidos políticos, sin necesidad de recurrir a otras alternativas ideológicas como podía ser el socialismo.[29]
En otro lugar se encuentra el papel que algunos autores han atribuido al federalismo en tanto que la constitución estadounidense establece la división de poderes entre un gobierno federal y unos gobiernos estatales fuertes, así como entres ramas del gobierno: presidencia, cámaras del congreso y el poder judicial. Todo esto sirvió para que la atención de los trabajadores se dividiese, lo que debilitó su unidad y la politización de clase a escala nacional.[30]
No menos importante es el influjo ejercido por el sistema partidista en el que dos partidos interclasistas, que ya se encontraban institucionalizados cuando surgió la clase obrera, se ocuparon de canalizar hacia las instituciones las demandas de este sector. Los terceros partidos, incluidos los obreros, no pudieron avanzar al partir de una representación minoritaria en la política nacional. Debido a la debilidad política de la clase obrera a la hora de elegir presidente, congresistas o senadores volvió la mirada hacia los partidos que podían ganar las elecciones en vez de crear su propio partido.
En último lugar, entre las explicaciones que giran en torno al sistema político estadounidense, está el papel que jugó la represión y que constituye un punto más pesimista al resaltar el extraordinario nivel de violencia, sobre todo judicial y militar, que fue ejercido contra los movimientos de la clase obrera americana.[31] En este sentido cabe adelantar que la represión constituyó un factor decisivo en la desactivación de cualquier pretensión socialista en el seno del movimiento obrero, tal y como veremos dentro de poco.
Aunque los argumentos que ofrecen las diferentes explicaciones expuestas pueden contribuir a dilucidar las razones de la debilidad del socialismo americano en términos comparativos, no ponen de manifiesto que la diferencia de EEUU respecto a los países europeos no fue de carácter cualitativo. Las diferencias que se produjeron fueron fundamentalmente de grado, lo que hace que estas explicaciones aporten una verdad limitada. A grandes rasgos puede decirse que tanto en el terreno económico como político EEUU mantuvo ciertas semejanzas con otros países europeos, como es el caso de Gran Bretaña. En este sentido EEUU, como Gran Bretaña y su Commonwealth blanca, nunca tuvo durante el s. XIX un partido laborista dominado por los sindicatos ni tampoco un socialismo significativo. Además de esto el grado de sindicación de los trabajadores y la participación en las huelgas antes de 1914 era en EEUU más o menos el mismo que podía esperarse de su grado de industrialización, lo que también arroja ciertas similitudes con Gran Bretaña.[32]
La definitiva eclosión del movimiento obrero en EEUU se produjo tras la guerra civil con la definitiva industrialización del país, lo que trajo consigo la aparición de las principales organizaciones sindicales: Knights of Labor y AFL sobre todo. Los cambios económicos permitieron la aparición de la corporación como un tipo específico de empresa que representó la ofensiva empresarial más fuerte llevada a cabo contra la clase trabajadora en cuestiones como las cualificaciones, las condiciones laborales, los salarios, los sindicatos y la autonomía artesana. Todo esto se complementó con medidas como la contratación masiva de esquiroles, al mismo tiempo que los empresarios mejoraron su capacidad de organización que se volvió más agresiva e ingeniosa. Lo cierto es que a finales del s. XIX los extremistas eran los empresarios y no los trabajadores.[33]
Inevitablemente el extremismo empresarial hizo aumentar la unidad y la agresividad del movimiento obrero que cada vez se organizó más en sindicatos, al tiempo que respondieron con oleadas de huelgas de masas. En 1872 fueron 100.000 los trabajadores de la construcción quienes se pusieron en huelga en Nueva York para reivindicar la jornada de 8 horas. El año siguiente hubo manifestaciones masivas contra el desempleo en por lo menos 8 de las mayores ciudades del Norte. En 1877 se produjo una huelga ferroviaria que fue apoyada por otras huelgas convocadas en solidaridad, además de manifestaciones populares en muchas ciudades. De hecho, durante la década de 1880 se produjo una importante expansión del movimiento sindical, así ya en 1886 los Knights of Labor contaban con 703.000 afiliados. El 1 de mayo de 1886 se celebró una huelga general por la reducción de la jornada laboral en la que participaron 190.000 trabajadores. Al acabar el año estaban en huelga al menos 100.000 afiliados del Knights. Entre 1889 y 1894 se produjeron las más grandes y fuertes huelgas. Por ejemplo, en 1892 una huelga general paralizó durante 3 días Nueva Orleáns. En 1894 tanto el Norte como el Sur se vieron afectados por una oleada de huelgas y marchas de desempleados, a las que siguió la huelga de la Pullman que afectó a la red nacional de ferrocarriles. En 1897 y 1898 se declararon en huelga 100.000 mineros, mientras que entre 1902 y 1904 la Western Federation of Miners entró en huelga llamando a la revolución total de las condiciones sociales y económicas existentes. Para hacerse una idea de la dimensión de este fenómeno basta con decir que entre 1881 y 1905 hubo al menos 37.000 huelgas en EEUU, lo que sin lugar a dudas refleja una elevada conflictividad social. En cualquier caso estas cifras no desentonan demasiado con las movilizaciones que se produjeron en otros países de Europa como Alemania, Francia y Gran Bretaña.[34]
Pero la mayor parte de las huelgas terminaron en derrotas violentas provocadas por la represión de las autoridades. Por todo esto resulta fundamental hacer hincapié en que la trayectoria de EEUU partió de un comienzo relativamente pacífico del s. XIX para, a finales de ese mismo siglo, verse lanzado al otro extremo como consecuencia de la guerra civil y la posterior revolución industrial.[35] El contraste es bastante grande si tenemos en cuenta que hay quien ha afirmado que “los Estados Unidos han tenido la historia obrera más feroz y sangrienta del mundo industrializado”.[36] Después de la Rusia zarista EEUU ha sido el país en el que mayor ha sido el nivel de violencia en la represión judicial y militar contra el movimiento obrero, algo que desafortunadamente muchos autores niegan.[37]
En cuanto a la represión armada hay que decir que durante las grandes huelgas los arrestos ascendían a 1.000 y 2.000 trabajadores, mientras que en las de menor entidad podían producirse entre 100 ó 200.[38] En la mayoría de los casos las autoridades policiales, que en muchas ocasiones eran apoyadas por fuerzas complementarias, generalmente pagadas o auspiciadas por los empresarios, eran suficientes, pero cuando la protesta era mayor o se creía que era más peligrosa, o simplemente cuando era necesario proteger a los esquiroles, intervenían tanto el ejército regular como las milicias de los Estados o incluso los ejércitos privados de los empresarios, a menudo con poderes legales. Sólo las milicias de los Estados, que en ocasiones eran respaldadas por las tropas federales, intervinieron en más de 500 conflictos de 1877 a 1903, mientras que el mayor de los ejércitos privados, que también se vio involucrado en la violencia empleada contra los trabajadores, la agencia de detectives Pinkerton, contó con más hombres que el ejército estadounidense.
Además de arrestos hubo una gran cantidad de muertos en los conflictos laborales que se sucedieron entre 1872 y 1914. Las cifras rondan entre los 500 y 800 muertos, pero posiblemente fueran más ya que habría que añadir los negros muertos en el Sur en tiroteos y linchamientos que en ocasiones tuvieron sus causas en conflictos laborales.[39] Como decimos, sólo la Rusia zarista superó la violencia que se produjo en los EEUU. Esto solía deberse a que la violencia siempre procedía en primer lugar del lado de los empresarios y de las autoridades, mientras que casi todas las víctimas eran trabajadores. Por ejemplo, la huelga del ferrocarril de 1877 causó al menos 90 muertos a manos de los 45.000 hombres de la milicia estatal y los 2.000 de las tropas federales que intervinieron. En la siguiente gran huelga del ferrocarril, en 1894, murieron 34 trabajadores, mientras que en la oleada de huelgas de 1902 y 1904 hubo no menos de 198 víctimas mortales, 1.966 heridos y más de 5.000 arrestados. Puede decirse que en esta época se alcanzó el punto culminante de violencia que se repitió esporádicamente en otros lugares, especialmente el Oeste, donde murieron 74 mineros en una huelga en Colorado en 1914.[40]
La violencia se concentraba contra las huelgas que solían encabezar los socialistas así como contra los intentos de crear grandes sindicatos industriales. La violencia, tal y como se ha explicado, procedía en primer lugar de los empresarios quienes generalmente la instigaban mediante el uso de sus propios agentes quienes generaban tumultos y disturbios para, de esta forma, disponer del pretexto con el que aplicar una violencia aún mayor sobre los trabajadores. Era una táctica que al mismo tiempo trataba de desprestigiar a los trabajadores y generar situaciones de mayor violencia contra estos. Un claro ejemplo lo representan los propietarios de minas que utilizaban la violencia como una excusa para exigir la intervención de la policía del Estado, de la guardia nacional o incluso del ejército federal. De esta manera las fuerzas represivas se convertían en un ejército de ocupación que creaba un escudo protector para los esquiroles contratados por los empresarios.[41] En otras ocasiones los empresarios contrataban a agencias de detectives para enviar matones que golpeasen a los huelguistas, tal y como quedó demostrado en un testimonio recogido ante el senado de los EEUU en 1936.[42] Por esta razón un contexto como el de finales del s. XIX, en el que los empresarios contaban con el respaldo del Estado mediante la policía, los tribunales y el ejército, además de disponer del apoyo de la prensa y de los líderes religiosos, no era favorable para que los trabajadores tomasen la iniciativa con acciones violentas.[43] En cambio, la violencia empleada por los empresarios y las autoridades sólo generaba una respuesta violenta entre la clase obrera que incrementaba la militancia y la cohesión.[44]
La violencia contra los obreros en EEUU fue brutal y en muchas ocasiones masiva, provocando en el transcurso de huelgas, manifestaciones, etc., innumerables muertos, heridos y detenidos entre trabajadores desarmados y sus familias. Los ejemplos son incontables, desde la revuelta de Haymarket en mayo de 1886, hasta las deportaciones de Bisbee en 1917, pasando por la huelga textil en Lawrence, Massachussets, en 1912, la huelga de mineros en Butte, Montana, de 1920 contra la compañía Anaconda que, a su vez, fue precedida tres años antes por el linchamiento del wobblie Frank Little durante una huelga minera también en Butte. Pero también hay otros ejemplos como la masacre de la mina de Lattimer en Pensilvania en 1897 en la que 19 obreros desarmados fueron asesinados. O los asesinatos de mineros huelguistas en Serene, Colorado, en 1927 en la mina Columbina a manos de la policía y de guardias de la propia empresa minera.[45] Lo mismo cabe decir de la huelga de unos obreros en una fábrica de fertilizantes en Nueva Jersey en 1915 que fueron tiroteados por los guardias de la empresa. También la guerra que se libró entre 1903 y 1904 en Cripple Creek, Colorado, que supuso la muerte de trabajadores de la mina, además de arrestos y otro tipo de medidas represivas e intimidatorias.[46] La masacre de Ludlow en Colorado en 1914 perpetrada por los guardias de una mina propiedad de John D. Rockefeller Jr. y la milicia estatal, fue llevada a cabo contra los obreros en huelga provocando la muerte no sólo de trabajadores sino también de mujeres y niños, lo que representa un ejemplo más de la violencia represiva y la brutalidad utilizada contra el movimiento obrero en los EEUU.[47]
Pero junto a la represión armada de policía, ejército, milicias estatales y pistoleros a sueldo de los empresarios también está la ejercida por los tribunales, la cual fue llevada a cabo al amparo de un sistema jurídico esencialmente liberal-capitalista. Basta recordar que en los orígenes de los EEUU la propiedad privada se hizo sagrada. Esto se debía fundamentalmente a que la revolución americana fue llevada a cabo por propietarios que nunca se opusieron al principio que representaba la propiedad privada, y que fue confirmado en el ordenamiento jurídico. Esto hizo que a la larga los derechos colectivos quedaran siempre subordinados a los individuales, algo que estaba consagrado en la propia constitución americana al garantizar el poder de la propiedad capitalista.
La realidad es que los derechos civiles reconocidos por la constitución se consideraban esencialmente individuales y no colectivos. A pesar de que en principio los sindicatos eran considerados legales, y más tarde también las huelgas, por el contrario las acciones como las huelgas de solidaridad, los boicots de productores y consumidores, etc., fueron calificadas como conspiraciones, y por tanto tratadas como actos con finalidades maliciosas que impedían a los empresarios ejercer el derecho a gestionar su propiedad. Por este motivo cuando los empresarios contrataban a esquiroles la acción de los piquetes era considerada ilegal y reprimida. Así es como los empresarios solicitaban la intervención policial para forzar el cumplimiento de las leyes bajo la amenaza de recurrir a los tribunales para obtener un mandato judicial. Esto era así porque tanto las leyes como los jueces eran favorables a los empresarios, de modo que los tribunales describían las tácticas obreras en términos de tiranía, usurpación y dictadura ejercida contra el derecho a la propiedad privada.
En la medida en que las huelgas y los boicots no reivindicaban subidas salariales o mejoras en las condiciones de trabajo, y por tanto no procedían de derechos individuales legitimados, eran consideradas acciones ilegales y perseguidas judicialmente. En la década de 1890 se recurrió al mandato judicial contra más del 15% de las huelgas de apoyo, y contra más del 25% en la década de 1900. En la práctica la solidaridad y el apoyo mutuo que se prestaban entre sí los trabajadores estaban prohibidos, y por tanto perseguidos judicialmente. En cambio nunca se proscribieron los cierres patronales, ni tampoco las tácticas de contratar trabajadores no sindicados, con lo que los empresarios podían hacer prácticamente lo que quisieran con sus propiedades.
Por regla general los tribunales manifestaron una abierta hostilidad hacia la legislación que favorecía a los sindicatos. Desde 1900 los tribunales federales y estatales invalidaron al menos unas 60 leyes laborales, sobre todo las promulgadas contra las represalias y el pago del salario en vales, así como aquellas que establecían la duración de la jornada y las condiciones laborales para los hombres. Todo esto sirvió para endurecer la represión legal contra los sindicatos que se manifestaban activos con la convocatoria de huelgas y la realización de boicots ajenos a la reivindicación de intereses individuales. De este modo el mandato judicial fue empleado prácticamente contra todas las huelgas al considerarlas dictatoriales y contrarias a la libertad.[48]
La clase obrera constituía una minoría al ser aproximadamente un tercio de la población total, y probablemente un porcentaje igual al de los granjeros. Los sindicatos obreros, entonces, representaban a una exigua minoría en un contexto social en el que la clase trabajadora estaba mayoritariamente desorganizada y dominada por los notables además de por las redes de patronazgo étnico-religioso existentes a nivel local. Juntamente con esto la clase obrera fracasó en su lucha ideológica al no haber sido capaz de elaborar un discurso político que lograse aglutinar a otros sectores sociales afines como, por ejemplo, los granjeros. Esto se debió sobre todo a que desde medios obreros se propugnaba una reducción de la libre propiedad lo que necesariamente chocaba con aquellos sectores que estaban vinculados a ella, tal y como sucedía con los granjeros. Por este motivo no se produjo una alianza entre obreros y granjeros, que sin embargo sí ocurrió en algunos países de Europa, lo que permitió a las clases propietarias dominantes reprimir sin trabas a la minoría trabajadora. Así, quienes interiorizaron el individualismo fueron más bien las clases propietarias, y aquellos que dependían de su poder, más que los propios trabajadores.
La represión que sufrió la clase obrera no contribuyó a reforzar sus tendencias internas, con una conciencia y actitud de clase, sino que produjo el seccionalismo entendido como el predominio de las organizaciones gremiales frente a los sindicatos de industria. De esta forma los sindicatos artesanos, que desarrollaban una actividad sobre todo local, eludieron relativamente mejor la represión. Pero esto fue en perjuicio de la unidad de la clase obrera que se vio dividida entre artesanos y el resto de trabajadores.
Puede decirse que a principios del s. XX la suerte del movimiento obrero en los EEUU ya estaba echada. El movimiento obrero, como movimiento de masas, sufrió una fuerte expansión a finales del s. XIX pero la represión junto a las condiciones sociales y políticas impidieron que el socialismo, como ideología subversiva de la clase obrera, cristalizase en alguna forma de organización sindical o partidista. A la larga la ausencia de una organización política o sindical socialista, que propusiese una alternativa revolucionaria al modelo de sociedad que encarnaba EEUU, orientó a las masas obreras hacia los partidos ya existentes con el propósito de obtener de sus representantes algunas concesiones. De esta manera se produjo una integración de los trabajadores en el sistema establecido, y en última instancia supuso que el movimiento obrero se diluyera políticamente en las instituciones oficiales.
Conclusiones
La teoría económica marxista, que hizo del desarrollo de las fuerzas de producción el requisito imprescindible para crear las condiciones sociales objetivas que permitieran el paso del sistema capitalista al socialista, no se ha comprobado en el caso americano. EEUU ha sido el lugar en el que el desarrollo capitalista alcanzó su máxima expresión bajo el influjo de la segunda revolución industrial. Pero el capitalismo fuerte que emergió en EEUU no provocó, a su vez, un movimiento obrero fuerte y menos aún una alternativa política, ideológica y económica socialista a dicho régimen. Esta contradicción ya fue puesta de manifiesto por Werner Sombart: “Si el socialismo moderno –tal como yo he supuesto siempre y he dicho a menudo– sigue al capitalismo como una reacción necesaria, el país con un desarrollo capitalista más avanzado –es decir, los Estados Unidos– debería ser al mismo tiempo el país clásico del socialismo; sus trabajadores deberían ser el soporte del movimiento radical socialista por excelencia. |…| De hecho esta afirmación merece nuestra mayor atención: ¡un país sin socialismo a pesar del más alto desarrollo capitalista!; ¡la doctrina del socialismo ineluctable desvirtuada por los hechos! No puede haber nada más importante para el teórico social ni para el político social que analizar este problema”.[49]
La ausencia en los orígenes de EEUU de una estructura social jerárquica organizada en torno al dominio de grandes extensiones de tierra por el clero y la aristocracia, tal y como había ocurrido en Europa, unido a la abundancia de tierras disponibles, hicieron de la americana una sociedad eminentemente burguesa y propensa, desde un punto de vista legal y formal, a un individualismo basado en la propiedad privada sobre el que inicialmente se articuló el sistema político estadounidense. La propiedad privada alcanzó un carácter sagrado cuyo reconocimiento quedó establecido en el orden constitucional. Esto resultaba obvio en la medida en que la independencia de EEUU fue llevada a cabo por una clase de propietarios, lo que necesariamente debía encontrar su reflejo en la cultura política estadounidense y en sus instituciones. Como consecuencia de todo esto, y en palabras del propio Tocqueville: “No hay país en el mundo donde el sentimiento de la propiedad se muestra más activo e inquieto que en los Estados Unidos, y donde la mayoría testimonie menos inclinación por las doctrinas que amenazan de cualquier forma el estado de los bienes”.[50]
La idea de libertad que predomina en los EEUU es aquella que va asociada a la propiedad privada como parte de la creencia de que las posesiones materiales garantizan la seguridad personal, la autonomía y la autosuficiencia. La colonización del Oeste americano significó “|…| el traspaso a manos privadas de los dominios públicos y los recursos naturales sin explotar de Estados Unidos”.[51] Hay que matizar que ese reparto de tierras se hizo a expensas de los pueblos indios que fueron exterminados, lo que en cualquier caso no altera el resultado final, caracterizado por un contexto en el que la abundancia de tierra barata disponible hizo que los conflictos de clase fueran momentáneamente olvidados. Así es como las masas explotadas de inmigrantes procedentes de Europa podían escapar de la opresión de la costa Este al desplazarse hacia las inhóspitas regiones del Oeste. El Oeste se convirtió en una válvula de escape para estas masas.
Por un lado la movilidad en la escala social junto a la movilidad geográfica determinada por la capacidad del trabajador americano de emigrar hacia el Oeste crearon unas condiciones que impedían la formación de organizaciones políticas y sindicales consistentes. Esta movilidad era al mismo tiempo un obstáculo para la formación de una conciencia de clase. Además de esto resultaba especialmente difícil que, dada la movilidad geográfica, se estableciesen lazos de solidaridad que permitieran la cohesión entre los miembros de la misma clase social. Asimismo, las dimensiones continentales de EEUU, junto a su organización federal con diferentes ámbitos de gobierno, constituyeron elementos decisivos para la fragmentación y dispersión de la clase obrera, lo que a la larga impidió que se formase una conciencia de clase a escala nacional.
Aunque a comienzos del s. XX se produjo una importante llegada de inmigrantes procedentes del Sur y del Este de Europa que generó rechazo entre la población estadounidense, y que contribuyó de esta forma a que los barrios y trabajos se dividiesen en función de la etnia y la religión, hasta aquel momento había prevalecido la solidaridad entre los diferentes grupos étnicos, incluidos muchas veces los negros, e igualmente entre hombres y mujeres. Así ocurrió durante las grandes huelgas de 1877, entre los mineros, en el seno de organizaciones sindicales como los Knights of Labor, etc. Las tensiones económicas entre razas emergieron más tarde, algo que dicho sea de paso no es exclusivo de EEUU, sino que también se dio en lugares como Gran Bretaña entre ingleses e irlandeses, o en Alemania entre protestantes y católicos, o entre alemanes y polacos.[52] Por esta razón no puede concluirse que la fragmentación étnico-religiosa fuese determinante para impedir la aparición de una conciencia de clase, y con ello la difusión del socialismo en el movimiento obrero.
Debido a que la clase obrera fue una minoría social se vio condicionada por una cultura política que tenía sus orígenes en la propia revolución americana, la cual hacía de la propiedad privada un elemento central en torno al que se articulaba tanto la forma de entender la realidad como el sistema político, legal y económico imperante. Así, el individualismo como valor dominante en la sociedad estadounidense, que fue asumido por importantes segmentos sociales como el campesinado y la incipiente clase media, fue un obstáculo para que el socialismo constituyese una alternativa ideológica que, en cambio, se circunscribía a ciertos sectores, generalmente minoritarios, del movimiento obrero. La derrota ideológica de la clase obrera estadounidense radicó en gran parte en su incapacidad para trabar una alianza con otros sectores sociales, como los granjeros, debido a que estos veían en las luchas obreras y sindicales, y por extensión en cualquier propuesta política y económica de corte socialista, una amenaza para sus pequeñas propiedades así como para sus libertades individuales.
El discurso ideológico de la revolución americana, el cual ha conformado la base de la identidad estadounidense, gira en torno a la libertad individual y la propiedad como conceptos equiparables. Esta circunstancia, junto a la colonización del Oeste americano mediante la apropiación de tierras, creó unas condiciones de fragmentación de la sociedad en torno a la propiedad al tiempo que generó una clase propietaria. En este contexto la clase obrera pertenecía al grupo de los desposeídos con lo que un discurso ideológico socialista únicamente podía florecer en este sector social. La estructura social de clases dificultaba grandemente que la ideología socialista adoptase un carácter transversal con el que agrupar a sectores diversos de la sociedad americana, pues cuestionaba un elemento central de esta como es la propiedad privada. Como decimos, el socialismo quedó circunscrito a ciertos sectores del movimiento obrero en los que fue una ideología que animó algunas luchas e iniciativas pero que nunca llegó a cristalizar en una gran organización, sindical o partidista, debido a las condiciones tan adversas que ofrecía la estructura de la sociedad americana, la cultura política imperante, las instituciones establecidas y la propia diversidad geográfica de EEUU.
El socialismo no tardó con el tiempo en ser considerado una ideología antiamericana al cuestionar la propiedad privada que históricamente ha sido, y todavía es, un elemento definitorio de la identidad americana en torno al que se articula el sistema político, constitucional, económico y social de los EEUU. Por esta razón el socialismo era considerado un agente desestabilizador y subversivo que atentaba contra los valores americanos, y consecuentemente contra la idea de libertad individual que se cimentaba en el derecho a la propiedad privada. El colectivismo pregonado por el socialismo no congeniaba bien con el individualismo americano de corte liberal que, como hemos explicado, está estrechamente unido a la idea de la propiedad privada. Juntamente con esto el socialismo favorecía la oposición de clase entre los obreros y propietarios, lo que contribuía a romper la unidad y la paz sociales. La respuesta al desafío organizado a la autoridad llevado a cabo por el movimiento obrero en el último tercio del s. XIX fue contestado con una represión sistemática e implacable a través de la fuerza armada y de los tribunales.
Así pues, un factor decisivo que impidió que el socialismo arraigase en EEUU fue la represión armada. La violencia institucional desempeñó un papel importante en el debilitamiento de la clase obrera, lo que sirvió para provocar la desintegración del radicalismo obrero y de cualquier iniciativa de corte socialista. Algunos autores se atreven a afirmar que el punto de inflexión fue la derrota de la clase obrera provocada por la represión del período comprendido entre 1886 y 1894.[53] De hecho hay quien no sin razón sugiere que el socialismo y el sindicalismo revolucionario sufrieron una derrota física a manos de la represión estatal y empresarial, lo que permitió que el sindicalismo artesano y reformista de la AFL se impusiera e impidiera en lo sucesivo cualquier alternativa o programa socialista.[54]
No cabe duda de que la represión armada contra la clase obrera en los EEUU fue brutal, lo que respondía al extremismo de las elites dominantes en la defensa de sus intereses y del orden liberal-capitalista establecido. Esta represión es la que provocó la destrucción de muchos sindicatos, como ocurrió con los sindicatos del acero que fueron pulverizados durante la huelga de Homestead de 1892.[55] A pesar de que inicialmente los trabajadores manifestaron una actitud solidaria carecieron de respuestas definitivas ante la represión sistemática que recibían, y sobre todo ante la resuelta actitud empresarial a la hora de utilizar la violencia. Esta represión armada fue lo suficientemente intensa y prolongada como para romper la solidaridad de clase de muchos trabajadores.
Además de las muertes, mutilaciones, palizas, intimidaciones y arrestos que desarrolló la represión armada hay que añadir el papel, igualmente decisivo, desempeñado por la represión judicial ejercida por los tribunales sobre el movimiento obrero. En este sentido los jueces se encargaron de aplicar un sistema legal que no sólo protegía a la clase propietaria, sino que servía de instrumento para perseguir al movimiento obrero organizado, y con ello criminalizar a la clase obrera y sus luchas. Las persecuciones judiciales se materializaron en multitud de condenas que incluían penas de cárcel y onerosas multas, además de la estigmatización de los trabajadores y de sus organizaciones que en no pocas ocasiones eran disueltas. Así, la propiedad privada gozaba de una protección legal que hacía de ella un principio y un valor absoluto en la sociedad americana. Dicho valor sirvió para que el individualismo que llevaba aparejado, y que estaba fuertemente interiorizado por las elites estatales y la clase capitalista, se aplicase sin restricciones en los conflictos laborales con la proscripción y persecución de la solidaridad entre trabajadores. Todo esto sirvió para quebrar la unidad y capacidad de resistencia de la clase obrera, lo que a largo plazo impidió que el socialismo arraigase en la sociedad y llegase a ser así una alternativa al orden constituido.
En líneas generales puede concluirse que la semilla del socialismo no encontró en los EEUU una tierra favorable para germinar. En cualquier caso las causas que explican que el socialismo no arraigase en este país son múltiples, y todas ellas operaron de forma combinada a finales del s. XIX. EEUU representa un ejemplo extremo de las relaciones entre el capital y el trabajo, y en modo alguno constituye un caso excepcional si lo comparamos con los países europeos. Muchos elementos que están presentes en los EEUU también se encuentran en los países de Europa, de tal forma que la diferencia entre ellos no es cualitativa sino de grado. Por tanto, la trayectoria histórica de EEUU en relación al movimiento obrero y al socialismo no es tan excepcional como extrema.
Notas:
[1] Mann, Michael, Las fuentes del poder social, Madrid, Alianza, 1997, Vol. 2, pp. 190-194
[2] Henretta, James A., The Evolution of American Society, 1700–1815, Lexington, D. C. Heath,1973, pp. 102-112. Nash, Gary B., “Urban Wealth and Poverty in Pre-Revolutionary. America” en The Journal of Interdisciplinary History Vol. 6, Nº 4, 1976, pp. 545-584
[3] Bailyn, Bernard, “Political Experience and Enlightenment Ideas in Eighteenth-Century America” en The American Historical Review Vol. 67, Nº 2, 1962, pp. 339-351
[4] En relación a la sociedad rural americana del periodo colonial, e incluso de los primeros EEUU, consultar Nelson, Dana D., Democracia común. La política de participación en los primeros Estados Unidos, San Cristóbal de La Laguna, Potlatch, 2019
[5] Rifkin, Jeremy, El sueño europeo. Cómo la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano, Barcelona, Paidós, 2004, p. 207
[6] Commons, John R., History of Labour In The United States, Nueva York, Macmillan, 1918
[7] Jeremy, David J., Transatlantic Industrial Revolution: The Diffusion of Textile Technologies between Britain and America, 1790-1830s, Cambridge, MIT Press, 1981
[8] Tomlins, Christopher L., The State and the Unions: Labor Relations, Law, and the Organized Labor Movement in America, 1880–1960, Cambridge, Cambridge University Press, 1985, pp. 111-128
[9] Lloyd, Thomas, The Trial of the Boot & Shoemakers of Philadelphia, on an Indictment for a Combination and Conspiracy to Raise their Wages, Filadelfia, B. Graves, 1806, pp. 107-124
[10] Hattam, Victoria, Labor Visions and State Power, Yale, Yale University Press, 1993, p. 53
[11] Swartz, Omar, “Defending Labor in Commonwealth v. Pullis: Contemporary Implications For Rethinking Community” en Murdoch University Electronic Journal of Law Vol. 11, Nº 1, 2004. Consultado el 10 de marzo de 2016 (http://www.austlii.edu.au/au/journals/MurUEJL/2004/3.html). Holte, Wythe, “Labour Conspiracy Cases in the United States, 1805-1842: Bias and Legitimation in Common Law Adjudication” en Osgoode Hall Law Journal Vol. 22, Nº 4, 1984, pp. 591-663. Urofsky, Melvin y Paul Finkelman, Documents of American Constitutional and Legal History: From the Age of Industrialization to the Present, Oxford, Oxford University Press, 2002. Tomlins, Christopher L., Law, Labor, and Ideology in the Early American Republic, Cambridge, Cambridge University Press, 1993, p. 128. Orren, Karen, Belated Feudalism: Labor, the Law, and Liberal Development in the United States, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, pp. 106-107. Haggard, Thomas R., “Work, Government, and the Constitution: Determining the Proper Allocation of Rights and Powers” en Frankel, Ellen y Howard H. Dickman (eds.), Liberty, Property, and the Future of Constitutional Development, Nueva York, State University of New York, 1990, pp. 246-247
[12] Witte, Edwin E., ““Early American Labor Cases” en The Yale Law Journal Vol. 35, Nº 7, 1926, pp. 825-837
[13] Shaler, Charles, Report of the Trial of the Journeymen Cordwainers, of the Borough of Pittsburgh, Pittsburgh, Cramer, 1816, p. 24
[14] Tomlins, Christopher L., Law, Labor, and…, Op. Cit., N. 11, p. 146
[15] Nelles, Walter, “Commonwealth v. Hunt” en Columbia Law Review Vol. 32, Nº 7, 1932, pp. 1128-1169
[16] Levy, Leonard W., Law of the Commonwealth and Chief Justice Shaw, Oxford, Oxford University Press, 1957, p. 183
[17] Witte, Edwin E., Op. Cit., N. 12, p. 829
[18] Sombart, Werner, Why Is There No Socialism in the United States?, Nueva York, International Arts and Sciences Press, 1976, p. 106
[19] Lipset, Seymour M., “Why no socialism in the United States?” en Bialer Seweryn y Sophia Sluzar (eds.), Sources of Contemporary Radicalism, Boulder, Westview, 1977, pp. 31-149. Lipset, Seymour M. y Gary Marks, It Didn’t Happen Here: Why Socialism Failed in the United States, Nueva York, Norton, 2000. Laslett, John H. M. y Seymour M. Lipset (eds.), Labor and the Left: A study of Socialist and Radical Influences in the American Labor Movement, 1881-1924, Nueva York, Basic Books, 1974. Foner, Eric, “Why Is There No Socialism in the United States?” en History Workshop Vol. 17, 1984, pp. 57-80
[20] Hartz, Louis, The Liberal Tradition in America, Nueva York, Hardcourt, Brace & World, 1955. Grob, Gerald N., Workers and Utopia, Evanston, Northwestern University Press, 1961
[21] Turner, Frederick J., The Significance of the Frontier in American History, Madison, State Historical Society of Wisconsin, 1894
[22] Slotkin, Richard, The Fatal Environment: The Myth of the Frontier in the Age of Industrialization, 1800-1890, Nueva York, Atheneum, 1985
[23] Jameson, Anna B., Winter Studies and Summer Rambles in Canada, Londres, Saunders and Otley, 1838
[24] Johnson, Paul, The Birth of the Modern, Nueva York, Harper Perennial, 1991, p. 211
[25] Skaggs, Jimmy M., Prime Cut, College Station, Texas A&M University Press, 1967, p. 79
[26] Kraditor, Aileen S., The Radical Persuasion, 1890-1917, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1981
[27] Weinstein, James, The Decline of Socialism in America, 1912-1925, Nueva York, Monthly Review Press, 1967. Bell, Daniel, “The Problem of Ideological Rigidity” en Laslett, John H. M. y Seymour M. Lipset (eds.), Failure of a Dream? Essays in the History of American Socialism, Berkeley, University of California Press, 1984, pp. 3-29
[28] Perlman, Selig, A Theory of the Labor Movement, Nueva York, Macmillan, 1928, p. 167
[29] Lipset, Seymour M., “Radicalism or Reformism: The Sources of Working-class Politics” en The American Political Science Review Vol. 77, Nº 1, 1983 pp. 1-18
[30] Lowi, Theodore J., “Why is there no socialism in the United States? A federal analysis” en Golembiewsky, Robert T y Aaron Wildavsky (eds.), The Cost of Federalism, New Brunswick, Transaction Books, 1984, pp. 37-53
[31] Forbath, William E., “The Shaping of the American Labor Movement” en Harvard Law Review Vol. 102, Nº 6, 1989, pp. 1109-1256. Goldstein, Robert J., Political Repression in Modern America from 1870 to 1976, Cambridge, Schenkman, 1978
[32] Holt, James, “Trade Unionism in the British and U. S. Steel Industries, 1880-1914: A Comparative Study” en Labor History Vol. 18, Nº 1, 1977, pp. 5-35. Rayback, Joseph G., History of American Labor, Nueva York, Free Press, 1966, pp. 104 y 111. Ulman, Lloyd, The Rise of the National Trade Union, Cambridge, Harvard University Press, 1911, p. 19. Montgomery, David, Beyond Equality. Labor and the Radical Republicans, 1862-1872, Nueva York, Knopf, 1967, pp. 140-141. Fraser, William H., Trade Unions and Society: the Struggle for Acceptance, 1850-1880, Londres, Allen & Unwin, 1974, p. 76
[33] Mann, Michael, Op. Cit., N. 1, p. 832
[34] Cronin, James E., “Strikes and Power in Britain, 1870-1920” en Haimson, Leopold y Charles Tilly (eds.), Strikes, Wars, and Revolutions in an International Perspective: Strike Waves in the Late Nineteenth and Early Twentieth Centuries, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, pp. 79-100. Boll, F., “Changing Forms of Labor Conflict: Secular Development or Strike Waves?” en Haimson, Leopold y Charles Tilly (eds.), Strikes, Wars, and Revolutions in an International Perspective: Strike Waves in the Late Nineteenth and Early Twentieth Centuries, Cambridge, Cambridge University Press, 1989, pp. 47-78
[35] Katznelson, Ira, City Trenches: Urban Politics and the Patterning of Class in the United States, Nueva York, Pantheon, 1981, pp. 58-61
[36] Taft, Philip y Philip Ross, “American Labor Violence: Its Causes, Character, and Outcome” en Graham Hugh D. y Ted R. Gurr (eds.), The History of Violence in America: Historical and Comparative Perspectives, Nueva York, Praeger, 1969, p. 281
[37] Perlman, Selig, Op. Cit., N. 28. Hartz, Louis, Op. Cit., N. 20. Grob, Gerald N., Op. Cit., N. 20. Lipset, Seymour M., “Why no socialism…”, Op. Cit., N. 19
[38] Mann, Michael, Op. Cit., N. 1, p. 839
[39] Ibídem, pp. 825-826
[40] Ibídem, p. 840
[41] Laurie, Clayton D., “The United States Army and the Return to Normalcy in Labor Dispute Interventions: The Case of the West Virginia Coal Mine Wars, 1920-1921” en West Virginia History Journal Vol. 50, 1991, pp. 1-24. Smith, Robert M., From Blackjacks To Briefcases — A History of Commercialized Strikebreaking and Unionbusting in the United States, Ohio, Ohio University Press, 2003, p. 79
[42] Horan, James D. y Howard Swiggett, The Pinkerton Story, Nueva York, G.P. Putnam’s Sons, 1951, p. 238
[43] Hunter, Wiles R., Violence and the Labor Movement, Nueva York, Macmillan, 1914
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